Qué dice la ciencia sobre la ‘limpieza’ de sangre de Orlando Bloom para eliminar microplásticos
Una clínica ofrece un procedimiento para eliminar estas diminutas partículas, pero la técnica no tiene aval científico y los expertos rechazan su uso: “¿Cómo limpias lo que está depositado en el cerebro?”


Recostado sobre una camilla, sonriente y aun con unas cánulas enchufadas en sendos antebrazos, el actor Orlando Bloom celebraba hace unos días en redes sociales haber encontrado la fórmula para “eliminar microplásticos y químicos tóxicos” de su cuerpo. Se refería el actor a un procedimiento de la clínica privada donde se encontraba para quitar esos tóxicos del plasma sanguíneo. Según la web del centro, por algo más de 11.400 euros se puede reservar una cita para someterse a este “protocolo de desintoxicación” que promete “ayudar a limpiar la sangre eliminando sustancias nocivas, a la vez que conserva intactos todos los componentes esenciales de la sangre”. La ciencia, sin embargo, no acompaña a estas promesas: las voces científicas consultadas advierten de que hay riesgos en el procedimiento y que no hay evidencia de que este sistema funcione, por lo que apelan a centrarse en la prevención, esto es, reducir lo máximo posible la exposición a estos compuestos.
La investigación sobre los microplásticos y su impacto en la salud navega todavía en un mar de incertezas. Los científicos saben que estamos expuestos constantemente a estos compuestos, que entran en nuestro cuerpo —se han detectado en hígado, riñón, intestino y cerebro, entre otros órganos— y que hay indicios de su potencial nocivo para el organismo. Pero todavía quedan muchas incógnitas a su alrededor: no se sabe medir con precisión cuánta cantidad de microplásticos acumulamos en el cuerpo, cuánta secretamos (por orina, sudor o heces, por ejemplo) o cuál es la dosis perjudicial; y tampoco hay terapias o procedimientos con evidencia para barrer esos polímeros del organismo.
El mundo está plagado de plásticos, atiborrado de unos compuestos que se van degradando en fragmentos cada vez más pequeños —los microplásticos miden menos de cinco milímetros y los nanoplásticos están por debajo de la micra— que se diseminan por todas partes. Llegan a los océanos, a la cadena alimentaria y a los humanos. Los comemos y los inhalamos constantemente, y de ahí pueden llegar al torrente sanguíneo y esparcirse por todo el organismo.
La técnica que promocionó Bloom se basa en hacer una especie de limpieza en la sangre. Según la clínica, todas las sustancias nocivas, como microplásticos o los llamados forever chemicals, unas sustancias químicas muy persistentes en el organismo, “se transportan en el plasma” y su procedimiento se basa en eliminarnos de ese líquido. ¿Cómo lo hacen allí? Su método consiste en separar el plasma de los glóbulos rojos y blancos mediante un proceso de aféresis y luego pasar este fluido por una columna que captura y elimina los compuestos nocivos. “Tras eliminar las sustancias nocivas, el plasma y las células sanguíneas limpias se recombinan antes de ser devueltos al cuerpo”, agrega el centro en su explicación en la web. La clínica no aporta en su web ningún estudio científico que valide la eficacia de esta técnica para eliminar microplásticos y tampoco ha contestado a la petición de información solicitada por este diario.
Un artículo reciente, publicado en la revista Brain Medicine, planteaba en un ensayo con 21 pacientes la extracción, purificación y reinfusión de su sangre (aféresis extracorpórea) para eliminar microplásticos, pero los propios autores itían que se requiere más investigación, cohortes más grandes y análisis cuantitativos para validar esta tesis y confirmar la eliminación efectiva de microplásticos.
Silvia Monsalvo, secretaria del Grupo Español de Aféresis de la Sociedad Española de Hematología, adelanta que no hay evidencia científica suficiente para estas prácticas. “Las guías clínicas de referencia de la Sociedad Americana de Aféresis (ASFA) no contemplan indicaciones específicas para la eliminación de microplásticos, por lo que es un procedimiento donde no se ha demostrado su eficacia ni seguridad”, zanja la hematóloga.
También Ethel Eljarrat, directora del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) y experta en investigación en microplásticos, plantea sus dudas sobre la eficacia del procedimiento que promocionó Bloom, y cuya existencia, asegura, desconocía completamente. “En el caso de que funcionase, te estaría limpiando los contaminantes que tiene la sangre ahora mismo. Pero a la que comas o respires otra vez, volverías a estar contaminado”, razona la científica.
No todo está en la sangre
Otra laguna que plantea esta técnica es que no todos estos compuestos que aspira a eliminar se encuentran solamente en el torrente sanguíneo. Circulan por ahí, pero también se depositan en otras partes del cuerpo. “Una cosa son los microplásticos y otra los compuestos químicos asociados. Algunos se quedan en la sangre, pero el organismo no es capaz de metabolizar y eliminar los compuestos más persistentes y se acumulan en el tejido adiposo y el músculo. Esta técnica te purificaría, en todo caso, lo que hubiese en la sangre, pero lo acumulado en el tejido graso, no”, conviene Eljarrat.
En este mismo punto incide Elena Codina, responsable de la Unidad de Salud Ambiental Pediátrica del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. “A nivel fisiológico, me cuesta ver la lógica de esta técnica. La clave sería limpiar el tejido graso porque lo que esté en circulación en la sangre es una foto pequeña de lo que hay. ¿Cómo limpias lo que está depositado en el cerebro?”, plantea.
La pediatra es contundente, además, al recordar la falta de apoyo científico a esta técnica: “No hay evidencia científica y las guías clínicas están muy lejos de incorporar esto a la práctica clínica”.
No hay evidencia científica y las guías clínicas están muy lejos de incorporar esto a la práctica clínica”Elena Codina, responsable de la Unidad de Salud Ambiental Pediátrica del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona
Codina, que ejerce como nefróloga pediátrica y practica con frecuencia la plasmaféresis, un procedimiento que se emplea para limpiar la sangre de anticuerpos, por ejemplo, en determinadas patologías, advierte de que la técnica promocionada por esta clínica privada, aunque no es una plasmaféresis como tal, tampoco está exenta de riesgos. “Hay que vigilar el calcio, que no baje mucho, y controlar distintos parámetros. Y la vía que se coge tiene un calibre más grande, así que también existe un riesgo de infección o de sangrado”, apostilla.
De fondo, en cualquier caso, Eljarrat hace hincapié en la escasa viabilidad de una terapia como esta cuando “la contaminación es global”. Probablemente, estiman las expertas consultadas, ni siquiera sea posible, al menos por ahora, eliminar completamente los microplásticos del organismo. “Si nos dejaran en un planeta nuevo, libre de microplásticos… Pero ahora, aunque te limpiaras, sales de ahí y ya estarías expuesto otra vez”, sopesa Codina. Y agrega: “No digo que en el futuro no sea posible eliminarlos, pero si ahora todavía nos cuesta identificar cómo funcionan estas sustancias o cómo cada uno las metaboliza de forma diferente, no hemos llegado al punto de entender cómo las tratamos para eliminarlas”.
Lo mejor: disminuir la exposición
En un contexto de contaminación global y todavía mucha incertidumbre alrededor de cómo operan y cuán nocivos son los microplásticos, la comunidad científica apuesta por la prevención y por disminuir la exposición. “Evitar en lo que podamos los plásticos de un solo uso, ventilar el domicilio porque muchos microplásticos se quedan en suspensión, aspirar en lugar de barrer, reducir el uso de cosméticos…”, enumera Codina. Precisamente, las líneas de investigación de su equipo en el Sant Joan de Déu y con el Instituto de Salud Global de Barcelona (Isglobal), pasan precisamente por intentar cambiar hábitos en las familias.
Eljarrat apela al “principio de precaución” y evitar, en la medida de lo posible, todos esos compuestos potencialmente tóxicos: “No veo a toda la población del mundo haciéndose esa terapia [que promociona esa clínica]. Vale más prevenir. Si sabemos que un compuesto es nocivo, mejor dejar de usarlo”.
La ciencia tiene todavía por delante desentrañar cuál es el impacto real en la salud y los umbrales de exposición de riesgo. Alba Hernández, profesora del Departamento de Genética y Microbiología de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigadora principal del proyecto europeo PlasticHea, centrado en descifrar el impacto de los microplásticos en la salud, explicó hace unos días a este diario que se habían detectado parámetros de toxicidad en las células expuestas a microplásticos.
“Vemos que son capaces de llegar a dañar el ADN de las células, se producen cambios en la manera de las células de regular los genes e incluso, cuando estas están expuestas a bajas dosis durante mucho tiempo, que es lo que asumimos que les puede pasar a las personas, empiezan a mostrar signos de transformación de célula cancerosa. También hemos visto que se desregula el sistema inflamatorio y el microbioma, y que hay daño oxidativo”, enumeraba la científica. Todo esto podría abocar a problemas inmunológicos, gastrointestinales, en la fertilidad, en la salud fetal o relacionados con el cáncer. Pero la ciencia todavía tiene que probarlo.
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