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El humor más absurdo para huir de los problemas generacionales: “Se crea un espacio anestesiante”

El ‘brain rot’ son una serie de vídeos sin sentido que cada vez cobran más presencia en redes y que pueden llegar a causar daños cognitivos. Según los sociólogos, su consumo responde a la necesidad de distraerse en un contexto inestable y caótico

Un chico joven utiliza su teléfono móvil en un parque.
Raúl Novoa

Un joven de 27 años desbloquea el teléfono. Abre TikTok o Instagram. El primer vídeo que muestra el algoritmo es incomprensible: un tiburón calzando unas deportivas en tres patas a la orilla de una playa. De fondo, suena “tralalero, tralalá”, bajo la sintonía de la canción Havana de Camila Cabello. Al deslizar, el siguiente vídeo es un tronco humanizado con un bate que dice: “Tung, Tung, Tung, Sahur”. Estos y muchos otros videos absurdos acumulan millones de reproducciones. No existe un límite de personajes: un cocodrilo fusionado con un avión de guerra, una taza de café hecha bailarina, un castor con metralleta. Todos ellos están generados con inteligencia artificial y protagonizan historias inconexas en vídeos cortos y repetitivos en lo que se conoce como italian brain rot, por su extraña locución con acento italiano, aunque no tenga que ver con el país. Si el lector aún no lo ha entendido, no se alarme, ese es precisamente su objetivo: ser surrealistas, absurdos y sin ningún tipo de explicación.

@br.ai.nrot

Tralalelo Tralala x Havanna A brainrot Movie 🎥🦈 Tragic Tragic Tragic #tralalerotralala 💿 Song by @paper.mashuper #tralalero #ai #musicvideo #movie #meme #bombardilocrocodilo #brainrot

♬ original sound - LitLlamas

Estos vídeos los consumen, sobre todo, las generaciones Z o alfa. El funcionamiento de los algoritmos hace que se repliquen y se conviertan en un fenómeno generacional. El primer conocido por popularizar al tiburón y otros personajes fue @noxaasht, pero no se conoce su identidad real. Y los primeros vídeos se publicaron a comienzos de año, aunque se viralizaron en abril. “Me enviaron vídeos y al momento solo me aparecía eso. Nunca lo consumí activamente, pero vi que se viralizó. Son tan raros que no entiendes de qué van”, explica Julia Ochando, de 28 años y que ha visto su algoritmo invadido por estos atípicos personajes.

“En un momento, el 40 o 50% de lo que me mostraba el algoritmo estaba relacionado con ese contenido. Lo que más me gustaba era su versatilidad y la forma en la que podía adaptarse en formas diferentes”, asegura Víctor Pérez, de 27 años. ¿Qué emoción despiertan? “Ninguna, me hacían gracia y ya”, dice Saúl Sarabia, de 21 años. “Me quedaba a verlo, pero sin ninguna emoción concreta. ¿Te parecen una mierda? Pues es que lo son”, sentencia Pablo Martínez, de 29.

En esa carencia de significado está la clave. Estos personajes y vídeos representan el brain rot (cerebro podrido en inglés), la palabra del año para la Universidad de Oxford. Se trata de un contenido vacío que se consume para no pensar en nada más. Con intelignencia artificial no solo se generan estos personajes, gracias a los nuevos vídeos realistas de la IA Google VEO 3 vemos a gorilas hablando con acento argentino, una jirafa en moto o a un kanguro comiendo cacahuetes en un avión que ya ha engañado a medio internet. Es contenido grotesco y caótico, pero a la vez los vídeos están en constante cambio y captan la atención. En una época afectada por el bombardeo de información y de contenido, lo corto y surrealista consigue impactar. Y si impresiona y entretiene, las redes como Instagram o TikTok lo premian.

¿Dónde se encuentra entonces el vínculo generacional? En el lenguaje visual común y la comunidad que se genera a su alrededor. En aplicaciones de chat como Discord ya hay s generando videojuegos, NFTs o merchandising con estos personajes. Incluso te enseñan a crear estos vídeos. Eso sí, con un coste: por unos 30 dólares cualquiera puede acceder a guías, plantillas y bases de instrucciones para la IA, foros de dudas o chats grupales donde los comparten sus hazañas.

Al tener la inteligencia artificial al alcance, los s no solo comparten los vídeos y se ríen con ellos, sino que también los crean. “Es una fase más dentro de la evolución de la cultura popular postdigital, Se convierten en prods”, define Carolina Fernández-Castrillo, investigadora y profesora de Cibercultura y Transmedialidad en la Universidad Carlos III de Madrid.

Cuando este tipo de contenido empezó a identificarse en 2023, muchos lo acuñaban de forma irónica, orgullosos de estar a la última de las tendencias más absurdas de internet. Fernández-Castrillo señala a la generación Alfa ―los nacidos a partir de 2010― como la más afectada por estos contenidos. Varios psicólogos, en línea con la Universidad de Oxford, advierten del daño cognitivo y deterioro intelectual si el consumo es frecuente. Alertan también de que puede afectar a la estructura cerebral y a una actitud pasiva en el aprendizaje y la capacidad de concentración. Lo resumen como “comida basura digital para el cerebro”.

Síntoma del malestar generacional

El humor absurdo o las corrientes artísticas basadas en lo irracional no son nuevas. Vanguardias históricas como el dadaísmo o el surrealismo huían de la linealidad. Pero en ellas había una profundidad de la que carecen los contenidos basados en tonterías. “Vivimos en una época en la que se ejerce la manipulación a través de la generación de estrategias que se basan en el vacío. Rellenar con lo que sea o vaciar de sentido son nuevos tipos de propaganda que conlleva la alienación a la idiotización de la sociedad”, apunta Fernández-Castrillo.

Todo fenómeno tecnológico hay que enmarcarlo en un contexto. Para Anita Fuentes, investigadora en el Instituto de Estudios Feministas de la UCM, lo importante es preguntarse de dónde viene el brain rot. “Es una respuesta a la alienación, pero a través de lo absurdo, de la ironía, de la saturación, frente a la estética millennial de la perfección”, explica.

“Esta ruptura estética podría entenderse como una crítica a las lógicas de visibilidad dominante, sobre todo en plataformas como Instagram, que durante años se han convertido en un escaparate de la pulcritud”, detalla. Sin embargo, Instagram se aprovecha de ese contenido aunque no vaya con lo hegemónico: “Incluso el rechazo a sus imposiciones puede ser adaptado. Mientras siguen apoyando estéticas hipercuradas, también capitaliza el brain rot porque genera beneficios”.

La juventud se ve afectada por la crisis climática, pandemias mundiales como la covid-19 o guerras. Todos son fenómenos que no han elegido y sobre los que no tienen control. Y en lo absurdo y banal puede haber refugio. “Con el brain rot existe la creación de un espacio seguro que no es desafiante, sino anestesiante. Estar en un momento histórico de tantísimos cambios hace que las nuevas generaciones tengan un estado de inseguridad quizá superior al de generaciones anteriores y necesiten espacios de confianza en el que la idiotización puede resultar calmante”, explica Fernández-Castrillo. La estupidez no abruma, seduce.

Cuando todo a su alrededor parece inestable, un cocodrilo con alas que suelta bombas y que se llama Cocodrilo Bombadino es simplemente un chiste. Y en ese absurdo hay quien ve la paz. “Se puede controlar de algún modo lo que está sucediendo al intentar adivinar el personaje o crear uno. Es algo que no sienten que pueda pasar en el mundo real”, determina Fernández-Castrillo. “Es contenido que te pones cuando no quieres pensar en nada”, reconoce Ochando. “Internet nos ha quitado la capacidad de entender qué es verdad y qué no, cuando ves una tontería sin ningún sentido o finalidad, es lo que te atrae”, asume por su parte Pablo Martínez.

¿Y por qué se viraliza este contenido? Es simple: porque engancha y eso entra en las lógicas de los algoritmos. Pero Fuentes va más allá: “Es una herramienta que sirve al neoliberalismo, que necesita de una esfera pública digital asentada sobre el desconocimiento y la producción de ignorancia”.

El valor de un contenido en las plataformas no se valora por la información o aprendizajes que se obtienen de él, sino por su capacidad de retener e interaccionar. “No es ni una moda ni un problema generacional, es una expresión de las necesidades del capitalismo: gente que no se cuestione su condición de clase”, añade Fuentes, “no hay que echarse las manos a la cabeza porque la juventud vea vídeos estúpidos. Se trata de romper con el capitalismo digital, que transforma cualquier tipo de expresión en datos para el capital”.

Ideología, dinero y viralización

En principio, este tipo de vídeos absurdos simplemente busca entretener, pero también hay un prisma ideológico menos evidentes detrás. Se han viralizado vídeos de Pedro Sánchez convertido en un zorro y robando dinero, los jugadores de baloncestoLebron James junto a Stephen Curry en una orgía carcelaria del rapero Diddy Combs, un castor con un chándal del PSG haciendo que roba e imitando a un joven marroquí o Santiago Abascal siendo un lince ibérico. Estos vídeos no buscan gustar, sino causar emociones como la ira, las risas o el agrado en quien los ve.

Gran parte de los que se viralizan responden a la ideología de ultraderecha. “La viralidad no es un fenómeno espontáneo, es una tecnología de visibilidad que responde a intereses del mercado”, indica Fuentes. Mientras un contenido se valore por su capacidad de generar atención y beneficios para la plataforma, “cualquier intento de transformación cultural va a ser limitado. No se trata de hacer contenidos más virales o mejores memes, sino de cuestionar la infraestructura que decide qué se viraliza y qué no”, explica. Eso sí, Fernández-Castrillo apunta a que “es más necesaria que nunca una alfabetización para las nuevas generaciones y que puedan encontrar espacios seguros también en las redes”.

De la viralidad del brain rot ya se han aprovechado multinacionales. Al ver que estos contenidos impactan en la juventud, muchas empresas se suben al carro para intentar llegar a su audiencia más joven. La cadena de comida KFC sacó un menú infantil con las figuras del italian brain rot, la megaplataforma de compras Temu vende camisetas de ellos y en Amazon pueden comprarse sus peluches.

Y la monetización va más allá: estos memes han entrado en el universo del memecoing, activos que se han convertido en una puerta de entrada para los inversores en el mercado de criptomonedas. Su patrón es repetitivo: se dispara cuando se viralizan y su valor cae en picado cuando pasa la moda. Marta Peirano, analista en especializada en tecnología y poder las identifica como estafas, ya que no están sujetas a ningún valor real y son vehículos de especulación.

Solo acaba de empezar

Si algo es seguro de los fenómenos virales es que se acaban. El brain rot italiano tuvo su auge a finales de abril y principios de mayo. Hay quien especula en redes sobre su fin. En los últimos días, se han subido nuevos vídeos absurdos sobre los personajes muriéndose o liberándose. ¿El resultado? De nuevo, millones de reproducciones.

“Seguiremos viéndolos de diferentes formas mientras continúen operando las estructuras de las plataformas bajo las mismas lógicas”, responde Fuentes. Si se mira hacia el pasado, ya se hacía humor absurdo mostrando sketches de programas de televisión o radio. Incluso el Nyan Cat, un gato que sobrevolaba el espacio en una tostada, era ya brain rot en 2001. En el corto plazo, los vídeos humorísticos de IA, aunque sean cada vez más realistas, tienden hacia lo delirante y el sinsentido.

“Pueden dejar de usarse los personajes, pero no el concepto. Hace falta un oasis, aunque sea una especie de cerebro podrido, en el que uno no se tenga que posicionar constantemente ni vaya a mejorar el mundo. El brain rot es una válvula de escape a nuestro contexto”, explica Fernández-Castrillo. Y resume: “Seguirá habiendo espacios de vacío en los que se adopta una actitud pasiva de consumo, que no requiere un gran esfuerzo intelectual ni compromiso social”. Pablo Martínez, como , le da la razón: “Sobre el resto de cosas tienes una opinión. Sobre esto, no”. No es una tendencia: es el síntoma de una era que ya no premia las respuestas, sino las distracciones.

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Sobre la firma

Raúl Novoa
Periodista gallego que colabora en ICON, EL PAÍS SEMANAL, EL PAÍS Audio, EL PAÍS Gastro, El Comidista y Proyecto Tendencias. Escribe también para Euronews, Tapas, CAP 74024, El Salto y elDiario.es, donde trabajó dos años. Autor de 'Radiografía del Lobby del Mercado Eléctrico' con el Corporate Europe Observatory y ganador del premio VI Nacho Mirás.
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