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Trabajar cansa
Columna
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Adam nos preguntará un día qué hicimos hoy

La historia de la doctora Al-Najjar, en Gaza, es insoportable. Bombardearon su casa mientras trabajaba en un hospital y llegaron los cadáveres de sus hijos: murieron nueve de diez

La pediatra palestina Alaa Al-Najjar (izq.), QUE perdió a nueve de sus hijos en un ataque israelí, según médicos, en el hospital Nasser en Khan Younis, en Gaza, este 25 de mayo de 2025
Íñigo Domínguez

Entre las terribles historias de la redada nazi en el gueto de Roma del 16 de octubre de 1943 está la de Settimio Calò y su familia. Este hombre salió de casa temprano a comprar tabaco y cuando volvió no había nadie: perdió a su mujer y sus 10 hijos. Fueron deportados a Auschwitz y no volvió ninguno. Su mujer, Clelia Frascati, y sus hijos: Bellina, de 22 años; Ester, 20; Rosa, 18; Ines, 16; David, 13; Elena, 11; Angelo, 8; Nella, 6; Raimondo, 4; Samuele, de seis meses. Más su sobrino Settimio, 12 años, que se había quedado a dormir.

Lo he recordado esta semana con la historia de la doctora Alaa Al-Najjar, que vive en Gaza, otro gueto. El 23 de mayo de 2025 bombardearon su casa de Jan Yunis mientras trabajaba en un hospital, y llegaron los cadáveres de sus hijos. Murieron nueve de diez: Yahya, de 12 años; Rakan, de 10; Eve, 9; Jobran, 8; Raslan, 5; Rival, 4; Sadin, 3; Loqman, 2; y Sidra, de seis meses. Solo se salvó uno, Adam, de 11 años, y su marido, Hamdi, que aún están muy graves.

Ante una noticia así uno siente la obligación moral de parar un momento, de que no se deslice como una más, para intentar ponerse en la situación de estas personas, pero no se puede porque es insoportable. Ya ocurrió el 7 de octubre de 2023, con el abominable ataque de Hamás (además de los menores asesinados, entre los 250 secuestrados había 28 niños), y desde entonces no hemos parado. Ahora el pensamiento va hacia ese niño, que se llama Adam, como el primer hombre, y rezas para que se salve, pero no puedes evitar pensar en qué mundo se salva, qué vida le espera, cuál es su futuro y el nuestro. Porque el pensamiento también va a la sociedad que ha hecho eso posible y lo contempla sin hacer nada. Y notas que son las mismas preguntas de hace 80 años. Ya es casi un lugar común citar a Hannah Arendt, pero ojalá todos los lugares comunes fueran como ese, y fueran realmente comunes. Buscando respuestas, relees Eichmann en Jerusalén (1963), el célebre libro sobre el juicio a uno de los responsables del Holocausto. Hay un detalle que da escalofríos: no recordaba que antes de organizar campos de exterminio, Eichmann trabajó en el proyecto de una deportación masiva de judíos a Madagascar, un tercer país diríamos ahora. Es conocida la indagación de Arendt sobre el jerarca nazi, capaz de vivir en una burbuja donde todo eso era normal en medio de un colapso moral colectivo. Apunta: “Su conciencia le hablaba con una voz respetable, la de la sociedad que le rodeaba. Y uno de sus argumentos principales fue que ninguna voz del exterior se había alzado para despertar su conciencia”. Es evidente que el colapso moral ahora está en Israel, y en los que estamos fuera si no decimos nada, si la UE tarda un año y medio en protestar, y en la paulatina desaparición de la solidaridad y la compasión por el débil en el lenguaje político y público. “El mal había perdido la propiedad que permite a la mayoría reconocerlo: la propiedad de la tentación”, dice Arendt sobre la Alemania nazi, y señala que la mayoría debieron de sentir la tentación de no matar, de no ser cómplices: “Pero Dios sabe lo bien que habían aprendido a resistir estas tentaciones”. Es la costumbre lo que lo hace normal. Pero Adam, que ojalá se salve, en el futuro nos pedirá explicaciones, y hay que arrestar, juzgar y condenar a los responsables, en Israel (el exprimer ministro Ehud Olmert, como otros, ya dice directamente que su país está cometiendo crímenes de guerra) o fuera. También, obviamente, a los de Hamás por sus crímenes, si queda alguno. En el gueto de Roma hay una placa que recuerda a la familia Calò, y tendrá que haber otra en Jan Yunis con la memoria de la familia Al-Najjar.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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