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¡VAYA, VAYA!
Columna
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Fotografiar el subjuntivo

Una pequeña muestra de la flora y la fauna que conviven en la Feria del Libro

Una librera descansando tras su caseta en la Feria del Libro de Madrid, en una imagen facilitada por ella.
Rut de las Heras Bretín

La histórica relación entre la lluvia y la Feria del Libro de Madrid había sufrido un cese temporal de la convivencia hasta ayer. Estos días han estado marcados por otro tipo de mal tiempo, el exceso de calor derritió la facturación del lunes y de los dos primeros días. No hay que olvidar que una feria es una fiesta; pero también, un mercado. Y en esto consiste: en comprar y vender. Como la mercancía son libros, se le da un halo cultural, como si esto otorgara a lo comercial un toque más digno. Como si los escritores, editores, libreros y todos los profesionales que viven de esta industria se alimentaran del aire y no tuvieran que pagar facturas. Y, precisamente por esto, porque las tienen que pagar, se van a pasar 17 jornadas en el paseo de Coches del Retiro, porque solo en estos días obtienen entre el 10% y el 20% de su facturación anual, según el estudio Impacto de la Feria del Libro de Madrid de 2024, elaborado por la Consejería de Cultura de Madrid.

Así que mientras los libreros callejeros viven pendientes de la previsión meteorológica ―los llamo así para incluir a todos los que tienen un puesto en la calle, ya que, como bien señalaron los de la Cuesta Moyano el 31 de mayo en sus redes sociales, el cambio climático nos afecta a todos y, a su negocio, todo el año―, me paseo por la feria cual paseante distraída, en honor a esa sección que se publicaba hace años en este periódico, y me fijo en la flora y la fauna que habitan en ella. Como Joaquín, ese editor de Huelva que va caseta por caseta repartiendo tarjetas con un QR y animando a los libreros a que entren y vean qué publica ―“sobre todo narrativa contemporánea, pero una mijita de todo”―. Millás y Uclés como reclamo, entre semana dándoles una posición privilegiada a sus libros, en fin de semana, y ya con sus cuerpos presentes, dándoles horarios privilegiados para sus firmas. ¡Es el mercado, amigo! Aunque el domingo por la tarde, Uclés no tenía mucha cola, ¿será que ya ha firmado todos los ejemplares existentes de La península de las casas vacías? Son muchísmos.

Ahí estaba, leyendo bajo un árbol, la poeta Elsa Moreno Calabuig. Esperaba la hora de recitar sus poemas en el espacio de Radio Nacional. También se observan las relaciones entre libreros, en todas partes cuecen habas y aquí a veces son unos buenos judiones, pero existe ese sentimiento positivo de vecindad, de barrios, cada bloque es uno. En uno de los primeros conviven la caseta de Casa Árabe con la del Centro Sefarad Israel, ojalá poder extrapolarlo. Un librero, observador privilegiado, describe una especie común en el Paseo de Coches: “Los loquitos de los marcapáginas: varón con gorra, de unos 60 años y piel cetrina. Se acercan a la caseta y susurran: ‘¿Tienes marcapáginas?”. Una librera aprovecha la flora trasera de las casetas para descansar entre dos árboles. ¿En una hamaca? Sí, en una hamaca.

Un grupo de estudiantes de español tiene que cumplir una misión: fotografiar un subjuntivo. Se acercan a la caseta de La imprenta, decorada con versos de Poeta en Nueva York, de García Lorca, y collages de Visión de Nueva York, de Martín Gaite, en ese diálogo entre Carmiña y Federico creen haber encontrado el verbo que consigue su objetivo. Falsa alarma. Han de seguir: se busca subjuntivo.

Pero, sobre todo, me quedo con Isabel. Tiene 17 años y está a punto de acabar primero de bachillerato. Delgada y bajita, acompañada de su amiga Sofía, pregunta con interés por la obra de Lorca, por una caja que contiene su poesía completa, pero, claro, el precio se pasa de su presupuesto. Sigue mirando y acaba abrazada a la poesía completa de Ernesto Cardenal, un volumen de 1.280 páginas que es dos veces sus brazos y que le provoca una sonrisa que da dos vueltas a su pequeño cuerpo. Está pletórica, la felicidad le sale por los ojos. Le pregunto por su interés por Cardenal y ella con una mezcla de excitación y entusiasmo contesta: “¡Necesito poesía!”. Y el ansia viva con la que lo dice no deja lugar a dudas, la necesita para vivir. Nunca había visto nada igual. Ella es el espíritu de la feria, de la fiesta y de la industria editorial.

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Sobre la firma

Rut de las Heras Bretín
De niña era lectora de 'El pequeño País'. Ahora es editora y redactora de temas culturales. Licenciada en Historia del Arte y máster de Museografía por la UCM; y máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Antes de trabajar en el diario, lo hizo en museos como el Arqueológico Nacional y el Reina Sofía. Cree en la cultura como arma de construcción masiva.
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